Era la segunda canción
del disco; aquella de la que sólo conoces el inicio porque la
cortas, le das el mazazo, y así vuelves a escuchar la primera, la que suena en
la radio, la de todos. Y cuando ya te has cansado de escuchar Bittersweet simphony hasta la saciedad, en ese momento, por fin, la dejas sonar.
Sonnet es la joya escondida de Urban hymns. Una canción dedicada al amor cotidiano, a esa “costumbre” a la que aludía Benedetti para referirse a su mujer. Sostenida, suave, sencilla… un poema al amor hecho rutina y, en definitiva, a la rutina hecha amor.
Otras versiones sobre el amor de largo recorrido: la primera, de Love of lesbian. Se trata de Música de ascensores, una visión sobre el tema que, si algo emana, es precisamente sentido común para que la pareja permanezca.
La segunda, en cambio, es muy pesimista. Han caído los dos, de Radio Futura, esboza un panorama desolador "en la línea del tiempo". Bunbury era el más apropiado para hacer su propia interpretación.
En 1950 el fotógrafo Robert Doisneau reflexionaba sobre el tiempo en esta imagen. El amor se presenta continuo y constante, con todo lo que tiene de bueno y malo, y con el reloj como único testigo de la sucesión de segundos, minutos y horas. Es como si cada día fuera el mismo desde el principio.
Luis Alberto de Cuenca aporta una mirada radicalmente distinta. Los
placeres cotidianos se dan cita en "El desayuno", un bello poema
publicado en El hacha y la rosa en 1993.
Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».