Hubo un tiempo en el que las plazas gallegas lo eran (casi) todo, quiero decir, musicalmente. En aquellos tan recacareados años ochenta la zona se erigió en cantera excepcional de artistas. No se trata de hacer palabrería barata: aún hoy retumban fuerte en la cultura peninsular de andar por casa los sones de Coppini (recién marchado hacia el más allá), o Antón Reixa (recién vuelto del más acá de las instituciones) o, incluso, los Siniestro, columna vertebral durante lustros de una escena autóctona que ha mantenido siempre un altísimo nivel de creatividad. Sigue vigente la inspiración, y no sólo con Triángulo de Amor Bizarro, pues el abanico de posibilidades se revela amplio y diverso. Paremos, por ejemplo, en Vigo, yacente en su lejanía con vistas al mar. Allí encontramos a Josete Díaz, nadando vestido por la ría y de paseo histriónico por el Mercado del Calvario.
De segundo Villanueva, se ha puesto a escribir sus sensaciones Vigo-Madrid-Vigo en un hermoso manojo de
canciones sobre la belleza del trayecto. Lo bueno de la distancia es la
cantidad de tiempo que te da para la reflexión, como si se tratara de un
preso con años por delante para alcanzar la libertad. Dicen que uno de los lugares más bellos para perderse en las canciones es el movimiento, y del movimiento y de la falta de permanencia viene el nuevo catálogo de imágenes y metáforas que propone este mayúsculo compositor. Con Viajes de ida nos situamos ante una recreación poética del trecho, un largo poema
al encanto del periplo, con el paisaje haciendo las veces de actor
secundario, claro está, de lujo. Primera parada: "Bombas nucleares". Visita recomendada: "Ahogándonos".