Ya era hora de que el revival llegará también al punk. Tantos artistas sumidos en un remember continuo, recordando y repitiendo esquemas de tiempos pretéritos... y, sin embargo, a ningún punk le había dado todavía por volver a los orígenes (tal vez porque el punk nunca ha superado la línea de salida). Lo cierto es que el nombre del grupo tiene su miga, sobre todo en Google Images, y su sonido resulta tan troglodítico y salvaje que cuesta digerir un rostro tan bello como el de Meredith Graves jugando a hacer filosofía punk... pero del punk más primigenio, de aquél que se gestó durante la década de los setenta en paralelo al primer sonido disco.
Los de Syracuse, Nueva York, retornan al origen, y lo combinan con letras íntimas, con un cierto interés poético por mostrar los sensaciones y sentimientos de un yo (lo de "I" es más que significativo) que se nutre de la lírica y la narrativa que arranca con el Romanticismo. Y el contraste es mayor cuando comprobamos como a esa carencia de melodía se añaden rostros angelicales rebosantes de felicidad en medio de la tormenta de ruido. ¿Y aquéllo del 'No future'? ¿Qué fue de la anarquía, de las crestas, de los cuadros escoceses? En definitiva, ¿en qué parte de la historia el cabreo con la sociedad se cambió de bando? Perfect Pussy revisa, y hacía falta, la imaginería punk y, lo más importante, suprime sin piedad cualquier mínimo indicio de dulzura o suavidad. Hacía tiempo.
Los cambios de década ya no son lo que eran. El nivel lo dejó muy alto la revolución punk de finales de los setenta. Aquéllo, sin lugar a dudas, dio un vuelco a la cultura contemporánea, llegando sus efectos hasta la actualidad. Ahora bien, el paso de los ochenta a los noventa no se quedó corto en sensaciones, sobre todo en la vieja Europa. Con la antigua Unión Soviética directa hacia el abismo, Alemania fue ganando protagonismo a lo largo de la década. Además de motor económico, controlaba (como lo sigue haciendo ahora) la política continental, si bien en el ámbito cultural lo anglosajón seguía siendo la referencia. En este marco encuadramos a la vanguardia germana, a grupos como Kraftwerk, Wolfsheim o Invisible Limits; y es aquí, igualmente, donde ubicamos dos himnos del synth pop, espectaculares, que cumplen el cuarto de siglo en este 2014: "Golden dreams" y "Natalie's".
Invisible limits: he aquí la cuestión. Cuatro jóvenes subidos al carro de la electrónica. Su origen lo encontramos en Dortmund, más famosa en este presente de 2014 por la concentración de empresas de tecnología de la información y, sobre todo, por el Borussia y ese curioso entrenador de gafas de pasta y sonrisa germano-mallorquina llamado Jürgen Klopp. No obstante, su referencia fue durante los ochenta el carbón, la minería y el acero.
Viajemos hacia nuestro pasado más reciente. A mediados de los ochenta la ciudad de Dortmund vivía un cambio de identidad. Su industria minera iba languideciendo al tiempo que subía el paro. De inviernos suaves y veranos frescos, y con lluvia prácticamente todo el año, la escena underground centroeuropea reescribía el descontento de la juventud empleando el tecno como arma arrojadiza contra el poder. Thomas Lüdke es la primera referencia. Encargado de coros y teclados, se erigió en alma máter de un grupo que nacía en 1985 y que unos años después abandonaba dejando todo el protagonismo a los señores Küchenmeister, Andreas en la percusión y Marion en las voces. Lo que en su inicio era un cuarteto junto al Ralf Schauf en el bajo se quedaba en un trío que, no obstante, generaba un álbum mítico: A Conscious State. Año 1989.
El disco arranca con una pesadilla rebosante de imágenes románticas: "Golden dreams". Que quede claro que el adjetivo empleado se refiere al Romanticismo entendido como el movimiento cultural que se dio en Europa a finales del XVIII y principios del XIX. Predomina la oscuridad, la soledad, el miedo a lo desconocido, incluso lo marginal... nada que ver con una visión rancia y simplista del amor. Además, el sintetizador contribuye a generar frío, porque está canción es deliciosamente fría, helada, y la voz femenina contrasta aportando calidez a lo que parece un mal sueño del que no despiertas. Tenemos la típica belleza congelada propia de muchos himnos de los ochenta.
La segunda maravilla se titula "Natalie's". Invisible Limits prosigue con mucha imaginería oscura, ahora para rendir homenaje a un difunto... bueno, mejor dicho, a una difunta. El tema es una oda, a manera de monólogo, hacia una amiga de la vocalista fallecida prematuramente. Predominan, por tanto, las visiones extrañas, la tristeza por la ausencia y, en definitiva, las preguntas sin respuestas a quién sabe quién o qué. "Natalie's" se ha convertido con el paso de los años en una rara suma de tristeza y resignación, en un bello anhelo hacia la amistad truncada por el destino. Y aquí es cuando la metafísica, como disciplina que se ocupa de aquéllo que no se puede percibir por ninguno de los cinco sentidos, se queda atrapada en las entrañas del sintetizador. Es como una flor ahogada en hilo de cobre. Todo lo que vino después, que ha sido bastante, ya se queda para los historiadores del synth pop.
Sus referencias oscilan entre la tradición y la modernidad. De familia de músicos, en este caso de bluegrass, su universo personal gravita alrededor de Seattle y, en concreto, de Dave Grohl y todo lo que han significado Foo Fighters. Sin embargo, ha sido otro grande de la música americana, el señor Dan Auerbach (The Black Keys), quien hizo las veces de padrino en su día en la publicación de sus trabajos de 2008 y 2011. Llega ahora Make me head sing, tercera entrega, cuya característica principal es un tono más rebajado y relajado. Dicho de otra forma, Mayfield presenta un estilo minimalista, entre el
rock y el country, y con una cierta querencia por la distorsión.
Nacida en 1989 en Kent, Ohio, a los ocho años ya iba de gira con su familia en el proyecto One Way Rider. A los 11 empezó a componer sus propias canciones, al mismo tiempo que hacía versiones de Foo Fighters. Es con 15 años cuando graba con la ayuda de su hermano un EP titulado White lies, del que se publican sólo cien copias. Una de ellas llega a Dan Auerbach, con quien culmina en 2008 su primera criatura, With Blasfemy So Heartfeld.
Parte de la crítica se ha cebado con la sueca. Su disco recién publicado, I never learn, no tiene la misma intensidad que las entregas del pasado. Y qué más da. A sus 28 años y después de unas cuantas vueltas por el mundo, desde Portugal y Marruecos hasta Nepal y Estados Unidos, Lykke Li sigue generando canciones más que reseñables, y ésto por dos razones: primero, porque viene de una familia muy interesada desde siempre por el arte y la cultura; lo segundo, porque no le basta con la teoría. En la práctica, sus inquietudes artísticas se traducen en un deseo por significar algo más que lo esperable. Qué pena, sin embargo, que los títulos de las canciones resulten tan previsibles.
El vídeo toma como punto de partida la discriminación racial. Se enmarca en el triángulo inmigración-amor-trabajo y bosqueja, a través de una pareja de amantes, la intolerancia en el ámbito rural. En concreto, un hombre de raza negra acaba apaleado en un pequeño pueblo de quién sabe donde. Si no supiéramos el origen de Lykke Li seguramente se nos estaría ya llenado la boca con la "América profunda" y expresiones similares. En resumen, nos encontramos una canción tremendamente bella, con el piano y el estribillo como protagonistas estelares.
Entró de puntillas en la red, pues buscaba un escaparate donde mostrar su género. Allí colgó hace un par de años unas cuantas canciones grabadas en casa y, plaf, de golpe, meses después, va y se pone a grabar con Sub Pop este Mirrors in the sky que ahora se publica. Parece que a sus 25 años el camino ya está más que trazado. Así es la historia de una chica británica cuya delicada voz encandiló primero a buena parte del bloguerío anglosajón y, más tarde, a los señores de Seattle. Sin echar mano de raros experimentos ni de extraños alardes, elabora su música con la receta rítmica tradicional, condimentada con mucho trabajo, discreto, de sintetizador.
Además de Sub Pop, la señorita Foy tiene otro punto en común con Nirvana, ahora que se cumple el vigésimo aniversario de la muerte de su líder. Tanto Cobain como ella optan por la melodía. Con una especial predilección por crear escenas imborrables, la compositora se adentra por la senda en que lo poético y lo tétrico se confunden. A ello contribuye, igualmente, el formato audiovisual, muy logrado en "Feather tongue". El efecto sorpresa resulta básico, sobre todo, para comenzar a permanecer.
Otra fotografía del exceso. Holy Mountain recuerdan a AJ Dávila (29-5) por la mezcla de psicodelia, punk y temática salvaje (una historia sobre drogas y sexo en su versión más urbana). Y también tienen un toque a Ezra Furman (3-6), no precisamente por el ruido. Se puede hacer apología del vicio sin recurrir a la oscuridad como piedra angular de la imagen. Este trío de escoceses se suben también al carro de la diversidad cromática para retratar las andanzas de una prostituta de lujo a lo largo y ancho de la ciudad. Se agradece el intento de originalidad.
Lo cierto es que, además de la susodicha escort de lujo, las guitarras se erigen en grandes protagonistas del proyecto de los de Glasgow. Acaban de publicar Ancient Astronauts tras aquel magnífico debut que vivieron en 2012 con Earth measures. En este sentido, apenas se vislumbran cambios: energía a raudales que bebe, directamente, de bandas de los setenta, tanto de la psicodelia como de los orígenes del punk. El producto grabado emana mucha fuerza; el directo... se supone demoledor.
Curioso lo del americano. La frontera entre pop y rock es tan difusa en los EE.UU. y tan evidente en Reino Unido. Lo que por aquí desprende melancolía y tristeza por allá, en cambio, puede ser optimista. Este es el caso. Parece que después de unos cuantos años de carretera, como si de un torero se tratara superando temporada tras temporada las plazas más pequeñas e ingratas, el señor Furman ha ido forjando una trayectoria más que aceptable. Tal vez ha llegado el momento de reconocer que, en el fondo, ha valido la pena.
El nombre de Ezra Furman se ha vinculado desde siempre a The Harpoons. Tres trabajos después, apostó por llevar al extremo lo acústico para, dando ahora un nuevo giro, retornar con The Boy-Friends y publicar un álbum titulado Day on the dog. El vídeo desprende un curioso halo de optimismo: se divide en varias partes independientes con la baza cromática como columna vertebral de un simpático collage. Dicho de otra forma, juegos de luces, muchas luces, y coreografía final para combatir estos tiempos de color gris.