lunes, 9 de febrero de 2015

El extraño y misterioso caso del ojo agitante

Si yo no digo que sus voces no sean preciosas. Todo lo contrario: una sobre la otra, superpuestas, yuxtapuestas, a coscoletas, cómo sea, da igual; que sí, que emanan una paz y una quietud, diríamos, oníricas, mágicas... lo que pasa es que al minuto lo que se antojaba el temazo se convierte en una simple canción más para, segundos después, tomar el cariz de solemne tostonazo. Ese proyecto tan cacareado por la prensa musical sobre Jenny Hval y Susanna, artistas noruegas y residentes en Oslo que, visto lo visto, son el culmen de la profundidad, no lo creo merecedor de tanta loa y homenaje. Desde mi más humilde subjetividad, creo que el colectivo se ha pasado cuarenta pueblos con lo de la hiperestesia.

Susanna Wallumrød y Jenny Hval. Foto: Andreas Ulvo
Y si le echamos un vistazo (nunca mejor dicho) al videoclip, la propuesta entra en lo que se conoce como una olímpica tomadura de pelo. Sí, lo repetiré para que quede claro: una grandísima e inmensa tomadura de pelo. Que Duchamp le pintara bigotes a la Gioconda tenía su sentido con la Primera Guerra Mundial recién terminada. Los artistas querían provocar a una sociedad en la que los burgueses habían tomado el mando. No obstante, a estas alturas de la película, con la de vueltas que ha dado la creación artística en todo el siglo XX, que me digan que mover, superponer y agitar el plano detalle de unos ojos (para mas inri en blanco y negro) es sinónimo de autenticidad me parece, sinceramente, una exageración digna de alguien con el criterio de Epi (que se lo digan a Blas). Ahí va eso, y que cada uno saque sus propias conclusiones; eso sí, sin acritud.


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