También procede de Virginia Beach, como Mattew E. White o Benjamin Booker y, casualidades espacio-tiempo, los tres conjugan propuestas que por equilibrio y proporción resultan arriesgadas. Cada uno interpreta a los clásicos a su manera y, en este sentido, cada uno suena distinto sin resultar excluyente. Con Natalie Prass el caso es todavía más paradigmático, pues su disco, en un cajón desde hacía varios años, cuenta una ruptura sentimental, tema eterno del arte y sobre el que, a estas alturas, decir algo nuevo deviene empresa complicada.
Natalie Prass aborda en el disco las diversas caras de una ruptura sentimental. |
El estilo de Natalie Prass está más que asentado. No ofrece nada nuevo,
pero tampoco engaña a nadie. Se trata de un perfecto y medido sistema de
piezas interpendientes. Si quitas una, el edificio se desmorona. La voz
es cálida, melosa, dulce hasta el extremo, mimosa, lo suficiente como para
que suene (también) atemporal. A ello sumamos una producción exquisita,
de la mano de White y Spacebomb Records, especializados en hacer tales discos
atemporales a la caza de lo perdurable. En esencia, ejemplifica el eterno debate de las artes entre ancienes et modernes y del que la industria musical se alimenta desde hace más de medio siglo. ¿Quién dijo que hacer lo de siempre fuera fácil?
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